VIVIR
en un piso veinte tiene sus cosas. En una ocasión, por ejemplo, una nube se
coló por la ventana de mi dormitorio y se detuvo junto a mi cama. Atónito, sin
cerrar el libro que estaba leyendo, limpié mis lentes y, al volver a
colocármelos, descubrí que un ángel, escalerilla mediante, se había bajado de
la nube. Con una sonrisa de oreja a oreja, me preguntó de qué iba el libro. Le
comenté que se trataba de la historia de un chico que vive en un cementerio. Al
instante me arrebató el libro de las manos y se puso a hojear las primeras
páginas. «¡Huy, asesinos y fantasmas!», dijo, y me suplicó que se lo prestara,
que a más tardar el jueves por la noche me lo devolvía. Le tomé la palabra y,
acto seguido, lo ayudé a mover la nube hasta la ventana. Luego la abordó rápidamente,
recogió la escalerilla y se marchó tan pronto como el aire se dignó a soplar. Desde
entonces han pasado tres semanas y, aunque ya empezó a pegar el frío, continúo
dejando, jueves o no jueves, la ventana abierta.
Necesidad
vana que tiene uno de creer.
El presente texto ha recibido en el mes de abril pasado una mención en el IV Certamen de relato corto para mesilla de noche que organiza el sitio Esta noche te cuento.
Nota:
obviamente, el título del micro es un préstamo de la maravillosa novela homónima
de Neil Gaiman.
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