sábado, 12 de enero de 2013

Dos o tres principios



Hay dos hombres que con sus enseñanzas, sencillas y luminosas, me han proporcionado esta fuerza de intentarlo siempre todo: Louis Bouilhet y Gustave Flaubert. Si hablo aquí de ellos y de mí, se debe a que sus consejos, resumidos en pocas líneas, serán quizás útiles a algunos jóvenes menos confiados en sí mismos de los que se suele ser de ordinario cuando se inicia la carrera literaria.
Bouilhet, a quien conocí primero, de una manera algo íntima, unos dos años antes de granjearme la amistad de Flaubert, a fuerza de repetirme que cien versos o quizá menos bastan para cimentar la reputación de un artista, si esos versos son irreprochables y contienen la esencia del talento y de la originalidad de un hombre incluso de segundo orden, me hizo comprender que el trabajo continuado y el profundo conocimiento del oficio pueden, un día de lucidez, de orden y de arrebato, mediante la feliz conjunción de un argumento que concuerde bien con todas las tendencias de nuestro espíritu, provocar esta aparición de la obra corta, única y tan perfecta como somos capaces de crearla.
Comprendí que los escritores más conocidos nunca han dejado más de un volumen, y que es preciso, ante todo, tener la suerte de encontrar y descubrir, en medio de la multitud de materias que se presentan a nuestra elección, aquella que absorberá todas nuestras facultades, toda nuestra valía, toda nuestra potencia artística.
Más adelante, Flaubert, a quien veía con frecuencia, me honró con su amistad. Me atreví a someterle algunos ensayos. Los leyó bondadosamente y me respondió: «Ignoro si tendrá usted talento. Lo que me entrega revela cierta inteligencia, pero no olvide usted esto, joven: el talento, en frase de Bufón, es tan sólo una larga paciencia. Trabaje».
Trabajé y volví con frecuencia a su casa, dándome cuenta de que le caía en gracia, ya que me llamaba, sonriendo, su discípulo.
Durante siete años escribí versos, cuentos, novelas e incluso un drama abominable. Nada quedó de todo ello. El maestro lo leía todo; luego, el domingo siguiente, mientras almorzaba, desarrollaba sus críticas e infundía en mí, poco a poco, dos o tres principios que son el resumen de sus largas y pacientes enseñanzas: «Si se posee originalidad ―decía―, es preciso destacarla; si no se posee, es preciso adquirirla». «El talento es una larga paciencia»; se trata de observar todo cuanto se pretende expresar, con tiempo suficiente y suficiente atención para descubrir en ello un aspecto que nadie haya observado ni dicho. En todas las cosas existe algo inexplorado, porque estamos acostumbrados a servirnos de nuestros ojos sólo con el recuerdo de lo que pensaron otros antes que nosotros sobre lo que contemplamos. La menor cosa tiene algo desconocido. Encontrémoslo. Para descubrir un fuego que arde y un árbol en una llanura, permanezcamos frente a ese fuego y a ese árbol hasta que no se parezcan, para nosotros, a ningún otro árbol y a ningún otro fuego.
Esta es la manera de llegar a ser original.
Además, tras haber planteado esa verdad de que en el mundo entero no existen dos granos de arena, de moscas, dos manos o dos narices iguales totalmente, me obligaba a expresar, con unas cuantas frases, un ser o un objeto de forma tal a particularizarlo claramente, a distinguirlo de todos los otros seres o de otros objetos de la misma raza y de la misma especie.
«Cuando pases me decía ante un tendero sentado a la puerta de su tienda, ante un portero que fuma su pipa, ante una parada de coches de alquiler, muéstrame a ese tendero y a ese portero, su actitud, toda su apariencia física indicada por medio de la maña de la imagen, toda su naturaleza moral, de manera que no los confunda con ningún otro tendero o ningún otro portero, y hazme ver, mediante una sola palabra, en qué se diferencia un caballo de coche de los otros cincuenta que lo siguen o lo preceden».
Guy de Maupassant
Del Prólogo de la novela Pedro y Juan
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6 comentarios:

Francisco Espada dijo...

Es importante, importantísimo contar con un maestro; así como las leguminosas necesitan un sostén, una enredadera sobre la que desarrollarse, así también un alumno necesita la guía de su maestro.
Gracias, Gabriel, es un texto espléndido.
Un abrazo

Gabriel Bevilaqua dijo...

Sí, Francisco, no me caben dudas de que este Prólogo de Maupassant constituye una verdadera joya sobre el arte literario. Me alegra haberlo "descubierto" y el poder compartirlo (aunque sea un fragmento) con ustedes.

Saludos domingueros

Verónica Ruscio dijo...

Una verdadera joya, Gabriel. Gracias por compartirla.

¿Nueva portada? Bellísima, como ya nos tienes acostumbrados.

Cariños.

Elisa dijo...

Una preciosidad, un texto humilde y sabio. Gracias por descubrirlo y compartirlo, Gabriel.

Laura dijo...

El arte de escribir, y de escribir ¡como un verdadero artista!.

Lástima que a Flaubert no le importaran demasiado las descripciones físicas de sus personajes, y a veces...cambiara el color de los ojos según le venía en gana (verdes, azules, pardos...).

Un abrazo fuerte Gabriel, porque venir aquí siempre es descubrir los intereses de una persona generosa que comparte con el corazón y con las ganas de que todos conozcamos sus hallazgos.

Gabriel Bevilaqua dijo...

Sí, Vero, las portadas son nuevas; digo portadas porque El elefante ahora cuenta con una cabecera flotante: cada vez que entres verás aleatoriamente una distinta. Todas de una u otra manera afines con la bitácora :)

De nada, Lady ;)

Bueno, Laura, al mejor cazador se le escapa la liebre, dicen por ahí ;)


Abrazos para todas

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